jueves, 11 de marzo de 2010

Inclementes!



Recuerdo muy vagamente aquel invierno del 62. Seguro que ha habido otros como aquél, peores o diferentes. Mis pocos años de entonces no me permiten ahora clarear ideas ni conceptos, pero sí sensaciones y pérdidas. Sobre todo, aquel caballo de cartón con el que entretenía mis juegos, y cuyo material quedó dañado por un manto blanco y húmedo, que en pocas horas cubrió la ciudad dejándola desconocida para mis despiertos ojos. Un color que fue ocupando toda extensión que abarcara la vista de un mocoso que se quedaba embobado tras el cristal de la puerta del balcón, despreocupándose de aquel elemento tridimensional y compañero infatigable de lúdicas batallas, pendiente sólo por la caída de copos y más copos que le han dado fama desde entonces. Una nieve que rompía el tedio y cuyas temperaturas exteriores obligaban a estacionar toda actividad y ocupación en los domicilios. Algo sublime estaba sucediendo, mágico y sorprendente a la vez, despertando la curiosidad en relación con el fenómeno, inusual, pero que obligaba a la búsqueda del por qué. ¿Cuál sería la posible respuesta para mi edad en aquél momento?
Ello me viene a la mente 48 horas después de otra, parece ser, gran nevada, que ha dejado paralizada a toda una comunidad, perjudicando a diestro y siniestro, desmantelando rutinas y obstaculizando el seguridarismo que debe imperar en toda sociedad que se precie de su orden y concierto. Hay una interminable lista de culpables y todos se sueltan los perros, mutuamente: de servicios, institucionales, meteorológicos y hasta individuales. Se categoriza todavía más aquello de que “nunca nieva a gusto de todos” (¿o es la lluvia la protagonista de este dicho?) y que los cristales vaporosos que caen del cielo, en estas ocasiones, deben ser hasta comedidos y ordenados, sumisos al ritmo que marcan los cánones establecidos, no ofender ni alterar el estresado ritmo de nuestras vidas. ¿Cómo osa la madre naturaleza agitar nuestro mundo de este modo? Los rotativos se han puesto las botas, dando la impresión de necesitar que suceda un hecho de esta índole para evidenciar toda miseria que sucede en nuestro entorno inmediato cuando la climatología vierte a gusto su energía, sin mediar permiso. Digo yo si lo precisa. ¡Ah, es que esta descarga invernal no respeta ni las normas! Y lo mejor de todo es que la ventisca “solo” ha sucedido en estos andurriales y en otros lugares la nieve sea o de postal o recatada al uso.
Me llama una amiga para comentarme lo feliz que se encuentra de no estar dentro del caos automovilístico creado. El coche, segunda residencia por excelencia, eterno ataúd, pero que fomenta y hace crecer el ego. Qué satisfecha se siente de no ser responsable de la conducción en esos momentos de agobio donde, intuyo, ha dirigido las posibles maniobras otra persona. Le recuerdo que pese a lo que vivimos en el túnel del Bruch hace años, no dejó de ser una aventura exquisita, una experiencia enriquecedora... Por que, ¿cuántas veces nieva en tu vida? Posiblemente sea un problema de soberbia en un mundo tan exacto, absoluto, consistente y supuestamente seguro, donde la rutina no deja espacio ni a la sorpresa, ni la contemplación de la magia . No nos está permitido ni sentir cómo éstos, aquellos copos, son otra manera de vivir donde nos ha tocado habitar.

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